lunes, 9 de abril de 2018

Fragmentos de terror... EL PORTAHUESOS


Toda leyenda merece su debido respeto...


EL PORTAHUESOS 



I

— Algunos le dicen “el llevahuesos” —dijo Fercho enseñándoles el celular—, aunque su verdadero nombre es el Portahuesos…

  Irma se hizo para atrás, a pesar de que la imagen parecía sacada de una película de Disney, no dejaba de inquietarla. En ella se veía a un ser humanoide, con piernas y brazos muy largos; Sus únicos atuendos eran unas bermudas y un sombrero café. A pesar de lo flaco de sus extremidades, tenía una prominente barriga. Iba arrastrando un saco lleno de huesos y ese ser raro parecía estar viendo a Irma, sonriente bajo su sombrero.

  >> Los huesos que lleva en su saco son para alimentar a todos los demonios que habitan el tercer círculo del infierno, el de la gula. Y esa es su penitencia, pues dicen que si no logra llevar la suficiente cantidad para todos, será él la comida de las entidades que queden hambrientas.






  — ¿Pero entonces sustrae los huesos del cementerio? —preguntó Axel con los ojos brillosos, admirando la imagen.

  — Eso suele hacer —respondió Fercho—, pero dicen las leyendas que lleva tantos años haciéndolo y como cada vez menos gente muere, pues ya no hay guerras, la gente vive hasta vieja y ahora a muchos los creman, entonces cada año tiene más problemas para abastecerse y tiene que recurrir a otros medios.

  — ¿Otros medios? —preguntó Irma, mantenía su mirada lejos de la imagen pues estaba segura que el Portahuesos la veía.

  — Esta es la parte más siniestra de la leyenda —dijo Fercho—. Ha estado recurriendo a lugares solos y con poca vigilancia para sustraer gente viva y completar su cuota. Sitios como kínder, asilos y… —Se levantó de la silla y salió del cubículo de vacunas y curaciones, no había nadie para atender, había sido un día festivo y fuera de los pocos empleados, los pacientes no habían ido ese día— los hospitales, donde hay mucha gente enferma. Lugares como este.

  Axel le picó las costillas a Irma, esta pegó un brincó de muerte y gritó. Ambos chicos se rieron.

  — Menos mal —dijo Axel ignorando la mirada inquisidora de Irma, se levantó y sacó su gafete para registrar su salida—. Yo ya me voy a mi casa.

  — Y yo me iré a archivo a apoyar a la enfermera Clotilde a almacenar expedientes —dijo Fercho sacando la lengua.

  — No es gracioso, chicos —dijo Irma—. A mí me toca el turno nocturno en piso, y después de sus mendigas leyendas.

  — Animo, muñequita —dijo Axel—. Te acompañaría pero unas caderotas me esperan impacientes.

  Fercho comenzó a aullar simulando las curvas femeninas.

  — Son unos cerdos —dijo Irma sonriendo. Tomó su minuta y salió hacia la cafetería, debía de cenar bien pues estaría toda la noche despierta.

II

El Portahuesos y su inquietante imagen acompañaron a Irma cada que esta se relajaba, cosa que en ese día había tenido de sobra. A pesar de ser un día festivo, en los pisos de internos, siempre solía haber acción: enfermos que empeoraban, pacientes mañosos que querían llamar la atención, medicinas que dar, traslados, etc. Sin embargo ese día todo estaba demasiado en calma.

  Tenía una hora que había dado su último rondín, eran cada dos horas y debía de anotar en la minuta si todo estaba bien con los pacientes y las diferentes áreas. Todos parecían dormir y no dar lata ese día. Incluso había podido terminar de ver la revista de vanidades de la encargada de turno de la mañana y hasta un catálogo de zapatos, le habían encantado unas botas negras, y de no ser porque recordó los tragos amargos financieros por los que estaba pasando, estuvo a punto de anotar su nombre para encargarlas. Los ojos se le estaban cerrando, trató de mantenerlos abiertos, pero cuando se dio cuenta que su sueño era mayor que su voluntad, fue a por un café expreso a la máquina expendedora y regresó a su lugar. Intentó sorberle un poco pero estaba demasiado caliente. Vio la hora y aun le faltaban 50 minutos para el siguiente rondín, los ojos se le cerraban, así que decidió dormir solo unos minutos.

III

Un liquido tibio la despertó, su brazo estaba mojado. Miró a su alrededor, confusa y vio que el café se habia derramado por el escritorio, debio de haberlo tirado mientras dormia. La minuta estaba empapada y peor aun, la revista y el catalogo también. Tomó un trapo y empezó a secar aquel batidillo. ¿Cómo no se le habia ocurrido alejar ese café cuando se quedó dormida?, de hecho ni siquiera recordaba cuando la había vencido el sueño.

Todo estaba tan empapado, tendira que rehacer la minuta, reponer la revista y el costoso catalogo. Para su situación actual económica, esos gastos eran superfluos y en definitiva, adiós botas sexis. Suspiró conpungida.

Terminó de secar los mas que pudo y miró el reloj. Habia estado dormida mas de una hora y su rondin ya se le habia pasado.

IV

Dejó el trapo mojado en el piso y se llevó una minuta nueva. Comenzó por el pasillo de enfermos graves, se apresuró a revisarlos, tendría que hacer el trabajo de media hora en quince minutos. Para su fortuna todo seguía igual, parecía que “el señor tranquilidad” hoy reinaba en todo el hospital. Acabó con ese pasillo y el de pacientes de cirugías programadas, todo pintaba bien y solo le faltaba la zona de cuneros, era la zona más tranquila pues los bebes no requerían medicinas nocturnas ni tocaban timbres solicitando asistencia. Antes de llegar a la puerta, oyó ruidos dentro. Alguien estaba ahí.

  Palideció, debía de ser el doctor residente que llegó al piso cuando ella dormía, debió de haberla encontrado durmiendo la siesta y se fue a la zona de cuneros. Si era el mismo doctor que ella recordaba, estaba en aprietos, era un viejito malhumorado que fuera de que le gustara su trabajo, le gustaba amargarles la existencia a todos sus subordinados.

  Si era él, estaba en verdaderos aprietos.

  Se oía mucho ruido dentro de los cuneros, parecía que movían las cunas, como si estuvieran reacomodando todo. El doctor … ¿Cienfuegos? No estaría moviendo todo, a menos que hubiera algún incidente o alguien más estuviera con él. O al menos que la leyenda de su amigo Fercho fuera cierta.

  No seas mensa, se dijo agitando la cabeza para refrescar sus ideas, Es el doctor Cienfuegos, solo me reportará por quedarme dormida, no lo volveré a hacer y todo estará bien.

  Un nuevo ruido acompaño al mover de las camas, no pudo identificar que era, era extraño.

  Dio un par de pasos hacia la puerta, deseo que como en otros hospitales, hubiera amplios ventanales transparentes para mirar el interior, pero solo estaba la puerta de entrada con un pequeño círculo visor.

  — ¿Hay alguien ahí? —dijo en voz baja, nadie contestó y su pregunta lanzada al aire se le hizo estúpida. Obvio que había alguien ahí, ni modo que los bebes estuvieran danzando—. ¿Doctor todo está bien? ¿Necesita ayuda?

  Nadie respondía. El ruido seguía ahora acompañado de una succión.

  Irma tuvo el valor y se asomó por la ventana. Adentro estaba todo revuelto como cuando alguien decide trapear el piso a conciencia y mueve todos los muebles. Su vista recorrió la periferia y encontró al causante de todo eso: era un hombre que iba solo con una bermuda y un sombrero café, era largo y estaba sosteniendo a un recién nacido que lo habían internado apenas ayer.

  — El Portahuesos, no… es imposible…

  El hombre se llevó al infante a la altura de su cara, abrió su boca y ante el llanto del bebé, comenzó a succionarlo. Irma vio como una luz iba saliendo del pequeño, como su alma y su vida le era robada. Conforme lo hacia el abultado estomago de aquel hombre se le iba inflando, no cabía duda que era el mismo ser de la leyenda. El bebé antes llorón y lleno de vida, se puso como una ciruela marchita que se fue descarapelando ante los ojos de la enfermera. El infante terminó en los huesos, entonces el Portahuesos arrojó el esqueleto en su saco.

  Irma gritó. El ser volteó y fue tras ella. La enfermera desesperada corrió sin analizarlo bien hacia el primer lado que encontró, donde estaban los baños, un cuarto de aseo y la pared. No había salida.

  Intentó meterse en el cuarto de limpieza pero estaba cerrado, los encargados del aseo le ponían llave pues hasta las escobas se las robaban. Decidió irse a refugiar al baño pero cuando le iba a dar la orden a su cuerpo para que corriera, tenía ya junto a ella al Portahuesos.

  — Dios no, déjame, por favor.

  El ser se acercó más a ella y la levantó con su flaca mano, la chica no se podía mover y estaba adormecida. Contra su voluntad sintió como su boca se iba abriendo y a la par, el Portahuesos abría su boca para succionarla.

  Por favor no, pensó Irma. Una lagrima le rodaba por la mejilla y sentía cómo se le iba desprendiendo la vida. De repente un sonido metálico parecido a un clock se escuchó atrás. El Portahuesos interrumpió la succión y volteó a ver: de su sacó emergió una luz rojiza.

  — Cuota llena —le dijo a Irma tratando de emitir una sonrisa, que fuera de serlo parecía una maldición.

  La soltó de golpe. La enfermera cayó y antes de desmayarse, alcanzó a ver como el ser tomaba su saco y se iba arrastrándolo por el suelo. Iba tarareando lo que parecía ser una canción de cuna.

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