lunes, 17 de julio de 2017

Fragmentos de terror... ARBOGENESIS.

Ciertas costumbres religiosas pueden cambiar tu vida...





ARBOGENESIS 




“Buenos días, señor Prefecto Role”, fue lo último que me dijeron en el Kinder. Me lo había dicho una señora que llevaba a su hija de tres años al servicio de guardería. Si ella era tan inhumana como para abandonarla diez horas diarias en la escuela, yo no era menos humano por haber matado a la pequeña. Ella le había dado la vida y yo solo se la había quitado, no existía gran diferencia en ello. Alguien inicia un ciclo y alguien más lo acaba, todo lo que empieza tarde o temprano debe de acabar. Y para esa niña su periodo había sido corto al igual que para todos sus compañeritos del kínder. Yo no concebí ese destino para los infantes, no concebí que debía de cercenarlos a todos, pero la divina oscuridad que mora en mí, fue la que me dictó todo. Yo solo fui un fiel sirviente de su voluntad. 




   Llevaba veinte años de servicio en aquel Kínder, siempre fui honorable y trabajador. Con mi esfuerzo, perseverancia y dedicación, siempre me gané la confianza no solo de la directora, si no de los maestros y los mismos padres de familia. Con el tiempo me apoderaron “Role”, que era una combinación de mis dos nombres: “Rogelio Leonardo”, y era un sobrenombre que me agradaba. Cuando era el receso los niños jugaban conmigo y me gritaban: “Role pásame la pelota”, o las niñas me decían: “Role mira mi muñeca nueva”.

   Role siempre había sido el ejemplo del colegio y más que un simple prefecto, yo era una parte vital de la institución. Pero como toda persona, este Role también tiene secretos, y uno de ellos —aparte de mi oculto gusto por vestirme de mujer y pagarles a hombres para que me penetren— es el de mis extrañas costumbres religiosas. Explicar el origen de estas no es fácil, pues no es una religión en sí, es más bien un deísmo primitivo y salvaje. Esta tradición data desde nuestros antepasados. No me la enseñaron mis padres pues ellos siempre fueron cristianos y hasta el último día de sus vidas, creyeron que yo también lo era. Inclusive toda la gente que me conoce así lo cree pues acudo dos veces a la semana a sermones cristianos.

   Mis creencias actuales me las enseño un atractivo hombre al que le pagaba muy bien para que cada quince días me hiciera el amor como a una mujer. Se llamaba Yendao, tenía un origen afrolatino, era fuerte, moreno y de muchos centímetros de atractivo. Cierto día después de que me había hecho suyo, de su mochila donde guardaba los disfraces de fantasía que yo le pedía (militar, policía, bombero, etc.), se le cayó una rama seca de árbol. Era una rama muy pelicular y tenía grabados símbolos con lo que me pareció tinta roja (ya después supe que era sangre de Yendao y de un conejo sacrificado como parte del ritual de iniciación). Como éramos muy buenos amigos le pregunté el origen de eso, y tras vacilarlo un poco, me tuvo la confianza de explicármelo:

— Yo sigo la doctrina de la Arbogénesis —me dijo esa vez—, es el nombre que ha adoptado recientemente. La base principal es la adoración y tributo a los árboles pues fueron de las primeras creaciones del Dios mayor, el cual además de dotarlos de su energía pura, les permitió poder alojar a seres mágicos dentro de ellos. Según la Arbogénesis los dioses menores debido a la majestuosidad de los árboles y su longevidad, habitan siempre en ellos. Los que seguimos esta filosofía no solo rendimos tributo a los arboles como tal, sino a sus hojas y ramas que lo componen. Y esta rama es sagrada para mi, pues es mi vínculo sagrado con mi Dios.

   — ¿Y cómo lo practican?

   — Cada nuevo miembro desde que se inicia debe de buscar su propio árbol y ganarse su confianza. Cabe destacar que para la Arbogénesis no existe el bien ni el mal, solo la libre expresión de los sentidos. Esto debido a que el dios principal no creo seres buenos, creo seres libres que pueden manifestarse en la dualidad. Por lo que cuando un nuevo integrante elige a su árbol (o más bien el árbol lo elige a él), el iniciado no sabe qué tipo de dios menor le tocará.

   Aquella platica fue suficiente para interesarme, iniciarme y buscar a mi árbol, fue un olmo , era grande y lo bastante viejo para albergar a un gran dios en su interior. Ese ser que vivía ahí (mi nueva deidad), se llamaba Merkabag y desde el inicio supe qué tipo de Dios era.

   Conforme yo lo fui adorando y le rendía culto, Merkabag me iba ayudando a ganar mucho dinero en los juegos de azar. Con ese dinero me pude ir dando el lujo de pagar hombres con las mejores herramientas, buenos viajes y otras excentricidades que un simple prefecto de Kínder no podría haberse costeado. Y todo esto sin que la gente lo supiera, pues siempre fui el respetable Role. El tiempo transcurrió, y todos los placeres y premios que recibí de mi Dios, tenían que ser saldados. Todo en esta vida tiene un precio y a mí me llegó mi hora de pagar.

   Merkabag estaba en un parque muy antiguo donde moraba en un olmo de más de doscientos años. Pero los intereses mezquinos de empresarios y gobernantes pudieron más que las peticiones y movimientos de vecinos, y aquel parque con todo y su emblemático árbol fueron removidos para poner un complejo de departamentos.

   Los dioses están acostumbrados a cambiar de un árbol a otro en su andar por la tierra y supuse que esa sería la resolución de Merkabag al enterarse de los hechos, pero no fue así, pues su odio por los responsables de la destrucción del parque desató su ira de demonio, y su sed de venganza salió a flote. Por lógica el cómo árbol no podría moverse ni vengarse, y yo como Role tampoco lo hubiera podido hacer pues mi cuerpo no es justamente un cuerpo vigoroso ni vital. Entonces yo como Role no le servía, pero Merkabag dentro de mi cuerpo sí.

   Ese día cuando fui a verlo (dos días antes de que demolieran el parque) me dijo su resolución: con una daga de oxidiana que me había pedido, me hice un corte desde el inicio del pecho hasta el ombligo; creí que moriría desangrado por tal herida pero para mi sorpresa ni si quiera me salió sangre. Y ya con la piel abierta Merkabag se metió en mí, fue algo muy rápido como una ráfaga de viento que choca contra tu rostro. Enseguida me sentí muy mal y me fui a mi departamento, ya estando ahí me puse frente al espejo y vi como mi piel se mantenía abierta más bajo mi piel no había ni huesos ni órganos visibles, solo otra piel oscura y de rara apariencia. Era como si tuviera otra piel debajo de la mía. Atrás de mi podía ver una sombra más grande que el techo mismo, parecía mover sus manos como si fuera un titiritero dirigiendo a su marioneta. En ese momento mis uñas crecieron y mis colmillos se afilaron, mi cuerpo se vitalizó y sentí una energía inimaginable. Mis nuevas uñas las probé sobre las paredes arañando como un buen gato.

   Estaba listo.

   Al día siguiente fui a trabajar guardando mis filosas unas y colmillos, pues resultaba que dos de los niños eran los hijos de los empresarios que habían destruido el parque. Cuando los niños estuvieron cerca de mí, Merkabag inundó mi ser de odio y como un felino hambriento y feroz, no solo cercené a aquel par de niños, mi sed me condujo con todos los demás chiquillos. Mi dios menor era ahora el que guiaba y su sed de sangre era incontrolable. Antes de que los maestros vieran la atrocidad que Role (el prefecto honorable y trabajador) había hecho, me escapé y me fui a mi cuarto esperando nuevas instrucciones. Y la sombra siempre postrada atrás de mí me fue diciendo mis siguientes objetivos.

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