NO ERES BIENVENIDO
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El señor Eustacio Méndez era muy bien conocido por
su antipatía social y su hermetismo. Sobre su casa marcada con el número 20,
cierto día de cierto año, había colgado un letrero de madera muy peculiar: tenía un machete clavado en uno de los costados con lo que parecía ser una rata seca anclada
entre el filo del arma y la tabla. Con letras rojas y mal hechas (que muchos
decían que era sangre de la misma rata o de algo peor), estaba escrito sobre el
cartelón: “No eres bienvenido”. Lo había atado a un palo que estaba enterrado
en su descuidado jardín, y lo había amarrado con alambre de púas. Era tétrico y
a la gente le daba miedo, tanto que solían pasar rápido por la banqueta para no voltear frente a
la casa del señor Eustacio; solo algunos miraban y se persignaban. Otros chicos
aventurados se atrevían a arrojarle piedras al letrero (y
salir huyendo como locos); pero nadie se acercaba a tocar. Ni siquiera el
cartero que se limitaba a arrojar desde lejos la correspondencia o, tampoco los testigos de Jehová que atosigaban a toda la
colonia, se atrevían a tocar en esa casa.